“La política comercial es parte de una estrategia de desarrollo”

Publicado por Ricardo Carciofi en

En diálogo con El Economista, Ricardo Carciofi, Master en desarrollo de la Universidad de Sussex, ex director del Intal del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) e integrante del Instituto Interdisciplinario de Economía Política de la UBA, responde a la pregunta sobre del US$ 1.000.000. ¿Estamos asistiendo a las fases finales de la globalización? Y, además, ¿qué puede hacer Argentina ante un contexto tan complicado como cambiante? Y, también varias preguntas más.

El comercio global está anémico, surgen líderes proteccionistas, hay más barreras comerciales y aparecen los clásicos funebreros. ¿Está herida de muerta la globalización?

A manera de respuesta breve y para caracterizar el proceso del último trienio podríamos decir que la situación se caracteriza por un aumento de la incertidumbre. Y a eso podemos agregar que las señales que se han venido observando en el último año no contribuyen a despejar las incógnitas. Conviene poner lo anterior en contexto. En 2011-2012, el coeficiente de apertura global (exportaciones más importaciones sobre el PIB mundial) alcanzó un nivel récord: 50%. Este proceso de apertura creció significativamente entre 2001/02 y los diez años posteriores. La incorporación de China a la OMC y la reorganización productiva que le siguió con la formación de cadenas globales de valor (CGV) están en la raíz del fenómeno. La apertura global se estanca a partir de 2012. Algo similar pasó con el comercio, que creció hasta 2012 y luego, medido en dólares, empezó a decrecer paulatinamente en los años subsiguientes. En 2016 se registraría un leve descenso de menos de 1%, aunque el último trimestre del año mostraría un leve repunte. Hay varios factores detrás de esta fase descendente de los últimos tres años: el menor crecimiento de China, la débil recuperación de Europa y Japón, las CGV habrían alcanzado su madurez y, tampoco se puede excluir, un aumento de medidas que han obstaculizado el comercio. Es decir que la suma de factores explica cierta detención del proceso, pero no hay síntomas visibles de involución o desmantelamiento. Ahora bien, como se mencionó al principio hay señales preocupantes. El año 2016 ha sido particularmente pródigo en tal sentido: Brexit, los desacuerdos intra-europeos que le siguieron, la crisis de los migrantes, síntomas de malestar en la economía China (muy visibles al comienzo del año pasado) y, sobre el final de 2016, el resultado de las elecciones en EE.UU. En resumen, el edificio sigue en pie, los canales siguen abiertos y la OMC sigue allí, pero, como decía, la incertidumbre sobre el curso futuro está lejos de haberse resuelto.

¿Cómo se para Argentina ante ese contexto? No es fácil, imagino, diseñar una estrategia en un escenario tan volátil…

Desde el comienzo mismo de la gestión del nuevo gobierno, en diciembre de 2015, había varios de los elementos que mencioné que ya estaban claros y, en tal sentido, la estrategia debía tomar nota de este nuevo cuadro global en materia comercial. Este es un dato fuerte: los años de crecimiento acelerado del comercio han quedado en el pasado. El Gobierno ha sido explícito en su voluntad por reinsertarse en el mundo y ha tomado acciones en esa dirección, pero el entorno es más complejo que el imperante diez años atrás.

¿Qué acciones señalaría?

Destacaría las siguientes. El Gobierno se ha movido en la dirección de revitalizar el MERCOSUR, pese a las dificultades en ese frente. Como sabemos hay aquí obstáculos económicos que están asociados a la crisis en Brasil y también de gobernabilidad del bloque motivada por la situación de Venezuela. Si bien esta situación repercute en el plano político del bloque, lo cierto es que resta energía para avanzar en la agenda económica y comercial, tan necesaria para el Mercosur. Adicionalmente el gobierno mostró sumo interés en acelerar las negociaciones con la Unión Europea. Recordemos el intercambio de oferta en el mes de Mayo de 2016. Pero ocurre que luego sobrevino el Brexit. Además, y aunque no se ha hecho público, la sospecha es que los negociadores europeos no han mejorado mucho sus propuestas. El otro frente ha sido la Alianza del Pacífico. Argentina se ha sumado como país observador. Si bien esto tiene un valor más bien simbólico, permite posicionarse mejor para una negociación que aborde los temas de sustancia. Y, finalmente, ha habido negociaciones con China –me refiero a las represas del sur. Es de esperar que en algún momento se aborden también los temas comerciales propiamente dichos.

Argentina es un país cerrado comercialmente y los movimientos hacia la apertura o la integración generan reacciones adversas. ¿Por qué es importante recorrer ese camino?

Es imposible imaginar el desarrollo solo pensando en el mercado interno. Hay que conectar el aparato productivo con el mundo, exportando e incorporando bienes de capital y tecnología a través del comercio. Este es el camino que permite sostener el consumo, la inversión y la generación de empleo de calidad. Es la vía para contribuir a la reducción de la exclusión social y la pobreza. El lento crecimiento económico de Argentina en las últimas décadas e incluso su retraso relativo frente a otros países de la región se entrelaza estrechamente, entre varias cuestiones, con los movimientos pendulares de su relación comercial y financiera con el mundo. Pasamos de las soluciones mágicas de los ’90 con la convertibilidad y la apertura, al convencimiento que podemos cerrar el comercio e imponer rígidos controles cambiarios en situaciones que no son de excepción. Hay que mantener un consenso acerca de la línea que vamos a recorrer. La estrategia comercial externa es parte integrante y medular de la agenda de desarrollo. Las decisiones no pueden ser tomadas mirando a los objetivos de corto plazo. Si se observa las experiencias de los países –desde Chile hasta Nueva Zelanda pasando por el sudeste asiático- rápidamente se detecta que la vinculación con el resto del mundo forma parte de una construcción progresiva que se sostiene en el tiempo. Eso falta aquí y el movimiento entre los extremos del péndulo no nos ha beneficiado.

¿Abrirse hacia el mundo implica decidir qué sectores apuntalar y cuáles dejar atrás o, cuanto menos, ponerlos a competir más abiertamente con el mundo? Hay sectores “sensibles” y poco competitivos, es cierto, pero sería complicado abandonarlos…

Tenemos la tercera estructura industrial más desarrollada de la región, luego de México y Brasil. Este es un activo que es necesario cuidar. Pero si queremos emprender una transformación productiva asentada en terreno firme no podemos hacerla de espaldas al mundo. Hay que entender que es un proceso, y no es instantáneo. Es una sucesión de cortos plazos que hay que resolver sin perder el horizonte de largo plazo. No es mágico ni es el resultado de las fuerzas del mercado. Se requiere poner en marcha políticas. La política comercial, que es el plano al que nos referimos en esta conversación, es un capítulo importante, pero no el único. El diseño macroeconómico ocupa un lugar fundamental. Y aparecen también las políticas horizontales que reconocen a su vez un amplio abanico –desde la educación al mercado de capitales, y sectoriales como la energía, la agroindustria o la logística y el transporte. Es importante destacar aquí dos aspectos. Por un lado, cada una de estas políticas no pueden perseguir objetivos contradictorios. Claramente, la meta de inserción internacional las recorre a todas de manera transversal. Por otro lado, es necesario reservar a cada política, a cada instrumento, su propio espacio y reconocer que se desenvuelven en tiempos distintos. Así, por ejemplo, la política comercial no es un sustituto del diseño macro: la utilización de la apertura como medida de anti-inflacionaria tiene enormes costos. De manera similar, poner trabas a las actividades de exportación para sostener el consumo interno perjudica el crecimiento a largo plazo.

¿Cómo ve a Cambiemos ante ese escenario y el eterno péndulo?

Tal como he mencionado arriba el Gobierno ha tomado varias decisiones con la intención de la revitalizar y recuperar terreno en la inserción comercial y financiera externa. En lenguaje oficial esa lógica ha formado parte de la agenda de “normalización económica”. Pese a que el contexto externo es difícil, los diferentes pasos –tanto en materia regional como extrarregional, van en la misma dirección. Sin embargo, me parece que el Gobierno debe alimentar un debate más profundo sobre la estrategia externa. Esto supondría tomar la iniciativa y realizar propuestas de los objetivos y resultados que se persiguen en los componentes principales de la misma. Estas definiciones no son conocidas o trascienden de manera fragmentaria. No hay razones por la cual estos temas se ventilen solamente en círculos estrechos o próximos a la gestión solamente. Además, en la medida que se avanzara en esta dirección se podrían sumar diversos actores –sea en el ámbito político y parlamentario, el sector privado, la academia, etc. Asimismo, debemos recordar que el país tiene abiertas instancias concretas de participación a muy corto plazo: hoy, Argentina ejerce la presidencia pro-tempore del Mercosur; en abril ocupará la presidencia del Unasur durante un año; en diciembre, será sede la ministeriral de la OMC y en 2018, será el país anfitrión de la Cumbre del G20. ¿Qué procuramos en cada una de esas instancias, qué objetivos nos proponemos alcanzar?

Las exportaciones crecieron levemente en 2016, pero siguen lejos de aquel pico de 2011 cuando superó los US$ 80.000 M. ¿Cuándo llegaremos a los US$ 100.000 M?

Más allá de las aspiraciones, la cuestión es interrogarse acerca de las posibilidades, especialmente teniendo en cuenta el panorama externo. En 2016 exportamos menos de US$ 60.000 M. Estamos lejos de esa cifra de US$ 100.000 M y las exportaciones han crecido muy poco en los últimos años –casi 0,5% de tasa anual. Además de los precios, se conjugan entonces factores de oferta –que dependen la inversión y la tecnología-, y también de demanda –esencialmente acceso a mercado, que a su vez condicionan las decisiones de inversión. Atendiendo a la estrategia comercial, hay que aumentar la capacidad de penetración en los rubros en que tenemos más capacidad ofensiva y con respuesta a corto plazo. Me refiero a la agroindustria. Hay que sentarse con China y con los países de su zona de influencia. Solo exportamos a China cinco productos. Hay que mejorar el acceso a mercado e ir subiendo en la cadena de valor. Allí hay cuotas, obstáculos técnicos, barreras fitosanitarias y demás. Eso hay que negociarlo, y ello no implica avanzar hacia un TLC. El primer exportador de agroindustria a China es EE.UU. pero, si Argentina se suma a Brasil, se acerca hasta el nivel de EE.UU. ¿Cómo no tenemos una estrategia en común con Brasil? Ellos firmaron un acuerdo y nosotros, otro. En 2014 fuimos a Pekín urgido por las divisas y el swap de monedas, pero firmamos un acuerdo de asociación estratégica integral con compromisos en muchos temas. La declaración decía que había que equilibrar el comercio, pero el acuerdo no contiene ninguna medida concreta en tal sentido. Aquí tenemos un ejemplo sobre cómo las urgencias (macro) de corto plazo condicionan decisiones de largo alcance.

 

Publicado en El Economista, el 16 de febrero de 2017.

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